Desde el primer momento, el vigor del sándalo de Lem de Santal nos presenta un aroma potente y dulce.
Poco después, la magia del aroma del pachulí acaricia la madera. Su dulzura casi nutritiva nos convoca alrededor de la mesa de una tetería: el ambiente es tranquilo, la gente cuchichea, y frente a nosotros tenemos una tetera de plata humeante -seguramente su té lleva canela- junto a un platillo con un dulce árabe.
A medida que el apacible fondo de pachulí gana más presencia, las mesas y los invitados se desvanecen lentamente a nuestro alrededor. El toque oriental de su aroma nos traslada a un espacio de santuario, a un lugar místico.
Así, envueltos en una relajante pausa vital, tenemos la sensación de que sólo hay sitio para nuestros pensamientos más puros.