La intensidad floral del nardo es tan arrebatadora que durante el Renacimiento su aroma se prohibía porque se creía que podía alterar las voluntades.
Sea así o no, lo cierto es que Tuberose es una experiencia profunda.
Su dulzura tiene un punto cremoso, húmedo –casi como de bálsamo– y su personalidad es más persistente y penetrante que la de otras flores como el jazmín o el azahar.
Ese carácter fuerte potencia la decoración de un espacio, y su aroma –para muchos desconocido– nos da la impresión de visitar un lugar que nunca antes habíamos experimentado. Ese misterio junto con el aura histórica de Tuberose parece mostrarnos un salón con grandes y elegantes piezas de mobiliario trabajadas a mano: India, Nepal, Arabia…
El suelo también es de madera, los sofás son cómodos y aterciopelados, y los colores naturales nos envuelven para transmitirnos calidez.
Puede que cada elemento venga de una tradición diferente, pero Tuberose es la base en la que todo se apoya y combina: es la pieza invisible que hace que todo encaje.