Cuando respiras Palapala por primera vez, es fácil que la energía cítrica que la bergamota impregna en su flor te atraiga enseguida.
La forma en la que te refresca –con ese mimo– parece casi un alivio.
Cuando el corazón femenino de ylang-ylang asoma por fin, lo hace de forma menos fuerte que la rosa pero más dulce que el lirio.
Este dulzor es ligero, elegante y nada polvado, y se parece a los azucarillos que nos encontramos al destapar un cuenco de porcelana a la hora del té.
Pero el dulce de Palapala evoluciona.
La base de madera de cedro añade sutilmente su energía masculina al ambiente para equilibrarlo: su dulzura se vuelve así más natural, y se transforma en la visión de unas cañas de azúcar que aparecen mientras paseamos por un bosque donde hace poco que dejó de llover.